Una
monja se arrodilla en un cementerio y consuela a un niñito en sus brazos.
Nosotros
la llamamos “hermana”.
Cristo
la llama “novia”.
Al
igual que la humilde doncella de Nazaret, ella es madre virgen y su nombre
siempre es “María.”
Desde
los albores del cristianismo, el número de vírgenes consagradas ha sido
incontable.
Vestidas
de blanco o negro, gris, café o azul, ya trabajando en el apostolado activo, ya
escondidas dentro de los silenciosos muros de un claustro, la misión de una
monja en el mundo es singular, única.
Una
vez una Virgen parió, cuidó y sirvió al Salvador del mundo y se convirtió en la
madre de todos los redimidos.
En
un sentido muy real, la monja, gracias a su vida de consagración, también
sustenta y sirve a los miembros de Cristo en su Iglesia.
Este
carácter maternal, entonces, es uno de los atributos más bellos de la
religiosa.
Debemos
recordar que Dios puede escoger a cualquiera; pero no escoge a una joven porque
sea buena y piadosa, sino porque Él es bueno e infinitamente misericordioso.
Los
apóstoles, después de todo, fueron hombres rudos, incultos, tercos: fueron
pecadores.
Por
supuesto, la vida en el convento no siempre es fácil, pero, si a eso vamos,
tampoco lo es la vida de matrimonio.
La
religiosa sigue los pasos de Jesús más de cerca que el cristiano ordinario.
En
unión con Él, se sacrifica para la salvación de las almas.
Una
monja se arrodilla en oración en la capilla del convento En este mundo moderno,
donde el pecado y la ingratitud nuevamente le crucifican.
¿CÓMO SABE UNA JOVEN SI ES LLAMADA POR
CRISTO PARA SER MONJA?
Ningún
ángel le anunciará su vocación.
Existen
ciertas condiciones absolutas para una vocación, sin las cuales se puede estar
segura de que Dios no la está invitando a entrar al convento.
SEÑALES INCONDICIONALES.
Buena salud: puesto que la vida religiosa exige grandes
esfuerzos físicos, es necesario tener buena salud.
Talentos ordinarios: debe tener al menos habilidades
ordinarias para seguir una vocación.
Independencia razonable: si está obligada a cuidar de sus
padres, por ejemplo, no está libre para entrar al estado religioso.
Piedad normal: si no tiene, cuando menos, una devoción
ordinaria a las prácticas religiosas, difícilmente puede esperarse que esté
dispuesta para las extraordinarias prácticas religiosas.
OTRAS SEÑALES:
Un espíritu de sacrificio: la capacidad para poder abandonar los
bienes inferiores, aunque más atractivos, a favor de los bienes superiores y
espirituales.
Un espíritu de celo: aquella forma especial de la caridad
que inspira a querer hacer algo para salvar almas.
Un espíritu de desinterés: el poder que capacita a una persona
para estar en el mundo, pero no ser del mundo; para controlar las emociones y,
si es necesario, suprimirlas.
Esto es imprescindible para un llamado al
celibato.
Un deseo de ser religiosa o una convicción de que entrar al estado
religioso es el camino más seguro para salvar el alma.
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